Fotografía: Alberto Duque Vicente
(CAMINANDO HACIA UN FUTURO INCIERTO)
Mi historia cofrade, comenzó muy probablemente, un 10 de Septiembre de 1983 (apenas 10 días después de mi nacimiento) en un pequeño pueblo de la Diócesis de Astorga, situado en el corazón de la comarca de la Cepeda, llamado Fontoria. Ese día, como cada segundo domingo de Septiembre, se celebraba en él, la festividad de la Exaltación de la Santa Cruz, allí conocida como el ‘Día del Bendito Cristo’. Allí, en mi pueblo paterno, tanto mi padre como mi abuelo, pujaban el Cristo en su día, y también el Cristo, San Juanico y/o La Dolorosa (hasta hace unos años todavía la pujaban hombres) cada Jueves Santo en la procesión del Encuentro. Quizá fue allí donde se coció mi semilla cofrade, que se mantiene hasta nuestros días y, espero, se mantenga hasta la eternidad, pues el corazón de un papón no muere nunca.
Y, es que mis dos pueblos, paterno y materno, Fontoria de Cepeda y Felechares de la Valdería, están, curiosa e íntimamente unidos, por un elemento común, la Santa Cruz. Mientras en mi pueblo materno se celebra la Cruz de Mayo, allí conocido como ‘el Día de Santa Elena’ cada primer Domingo de Mayo, en mi pueblo paterno se celebra la Cruz de Septiembre, allí conocido como ‘el Día del Bendito Cristo’. Y, es que como no podía ser de otra manera, el Bendito Cristo y Santa Elena están unidos por la Santa Cruz (quien la portó y quien la encontró, ya de todos sabido) y en mis pueblos ambas imágenes, como no, tienen una historia común, que en ambos casos data de hace más de dos siglos. Al igual que, la imagen de Santa Elena y su Ermita, que procedía del desaparecido pueblo de Tabarilla, fueron disputadas por mi pueblo, Felechares y el contiguo de Pobladura y ganada por mi pueblo por dos galochas, quedándose mi pueblo con la imagen y la tradición, el Bendito Cristo del desaparecido pueblo de Perales, fue disputado por mi pueblo Fontoria y el contiguo Otero y la imagen transportada por una yunta de bueyes decidió en esta ocasión, que como en el caso anterior, la fortuna cayera del lado de mi pueblo y el Cristo y la tradición, acabara en Fontoria. Pero eso no es todo, mientras en mi pueblo, cada Jueves Santo se celebra ‘el Encuentro de Pasión’ donde San Juanico sale corriendo en busca de la Dolorosa para llevarla a encontrarse con el Nazareno en la plaza del pueblo, mi pueblo materno hace lo propio el Domingo de Resurrección, realizando el Encuentro de Resurrección donde La Soledad, se encuentra con el Resucitado, allí representado en un niño de la bola, y la Virgen cambia su manto negro de tristeza y soledad por el blanco de Gloria y alegría. Dicho esto no es difícil entender mi ilusión y pasión por la Semana Santa.
Aunque me gustó desde niño, y siempre me empapaba de las procesiones y tradiciones de mis dos pueblos y me gustaba ver las procesiones en Astorga, donde residía en aquel entonces, no fue hasta el año 1992 cuando empezó mi implicación cofrade y pasé de ser sólo papón (allí conocido como paparrón) de acera a, ser también, papón de calle debutando en la Banda Infantil de Cornetas y tambores de la Cofradía de la Santa Veracruz y Confalón de Astorga donde tocaba el bombo. Después de varios años formando parte de la banda y una vez trasladado a vivir a León, debuté como bracero un Sábado Santo de 2007 portando ‘El Santo Cristo del Desenclavo en la Cruz y Piedad’ en la Cofradía homónima donde hice muchos amigos y desde entonces comenzó ese gusanillo, donde años después, en 2012 añadí a mi abanico cofrade la cofradía del Sacramentado, de la que años después, concretamente en 2018, me borraría para formalizar mi fichaje por esta ‘Hermandad de Santa Marta y de la Sagrada Cena’ y que perdura hasta hoy. Desenclavo y Santa Marta han sido mis cofradías desde entonces hasta que en el año 2022 me apunte a una nueva cofradía, en este caso de ánimas, conocida como el Santo Malvar. Y, para terminar (hasta el momento) en el año 2023, una vez hecho mi traslado como ferroviario a León, me apunte junto a mi padre (también ferroviario jubilado) y merced a una promesa hecha al Santo Cristo del perdón, a la Cofradía del mismo nombre. A mayores de eso, cada Domingo de Ramos soy bracero del Paso de la Borriquilla y he participado en algunas ocasiones apoyando a otras cofradías en sus procesiones y también en las de mis pueblos y en Astorga en la Procesión del Santo Entierro.
Pero creo que, sin duda alguna, mi culmen cofrade y paponil, fue sin duda alguna cuando llegue a esta Hermandad Sacramental de Santa Marta. Con mi hermana como manola y, con multitud de amigos, desde hacía años intentando ficharme para la misma, al final caí, gracias a la acción de un buen amigo, cumplimentando mi hoja de inscripción de hermano en un conocido, y ya desaparecido, Kiosko de la calle Independencia. Desde el primer momento, me sentí como en casa, orgulloso de pertenecer a una hermandad tan antigua como histórica, la más nueva de las antiguas y la más antigua de las nuevas, por ello y, a pesar de la lluvia y algún otro infortunio y de que el Jueves Santo es un día a tope para mí, he intentado implicarme, con fe e ilusión, en las actividades de la hermandad y en su Grupo Joven lo mejor posible, lo mismo que la cofradía y los que en ella están, se han implicado siempre conmigo.
Dicho esto, quiero incidir en la importancia de implicarse en las hermandades y cofradías cada día del año, ya que la Semana Santa, aquí en León, además de una tradición, es un sentimiento que para muchos, como este que escribe, pasa y/o debería seguir pasando, de padres a hijos, de abuelos a nietos, de tíos a sobrinos etc. Si queremos que nuestra Semana Santa siga sobreviviendo a los avatares de la actualidad, del mundo en que vivimos, de una ciudad cada vez más longeva y carente de gente joven y por ende con pasos cada vez más vacíos de hombros y hermanos que los porten, debemos incidir en esta cuestión y movernos, pero no sólo un día al año, el día de la Festividad de la Cofradía o el día de la procesión y/o reunión de braceros, donde cada vez es más frecuente y tratada y comentada esta cuestión, sino que tenemos que saber llevar y transmitir este sentimiento cada día del año en nuestra vida y en nuestros ambientes. Sólo así podremos tener cada año una ‘Semana Santa Viva’, con unos pasos llenos y unas cofradías orgullosas, sólo así podremos crear una generación de jóvenes a la cual podremos legar, lo que nuestros padres y abuelos un día nos legaron a nosotros. Sólo así podremos poner la Luz de Cristo Resucitado a una Semana Santa cada vez más envejecida y con un futuro, a mi modo de ver (y no soy el único) tan incierto como el que tenemos ahora.

Fernando Valderrey López